Alejandro Samper

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Antojos y aromas

Estuve en el médico y en el lobby del edificio donde quedan los consultorios instalaron un puesto de crepes  cuyo aroma me despertó un antojo imposible de controlar.

Pedí uno bien untado de chocolate fundido y banano picado, y me lo gocé con el placer de un niño de 5 años. Me unté la cara, las manos y la camiseta al punto que una señora, que llevaba a su hijo al pediatra, me usó como ejemplo de cómo no se debe comer.

Una vez en el doctor, este me dijo que debía optar por una dieta más sana, con menos harinas, azúcares y cosas fritas.

También me señaló que muchas de esas comidas nocivas eran antojos. Productos que se consumen por impulso o por calmar la ansiedad. Y es cierto.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 54% de defunciones en el año 2015 se debieron a malos hábitos de las personas. Entre ellos los alimenticios.

Pero es difícil controlarse. Sobre todo porque las harinas, los fritos y los azúcares huelen muy bien.

Esos potenciales asesinos nos seducen con sus olores y son una fiesta de sabor en la boca.

Un dedo de queso frito se huele a cuadras de distancia. Lo mismo que un plato de empanadas o chorizo. Son aromas voluptuosos, algunos casi que pornográficos.

Pero si uno quiere entrar en la vida sana debe comer nueces, almendras y alpiste que antes se le daban a las ardillas y a los canarios.

También comer más espinaca y lechuga, unas plantas que no tienen mayor sabor u olor. Ninguno de ellos tiene el carácter seductor del pan caliente o el crepe acabado de hacer.

Nadie ha dicho que se siente atraído por el aroma del pepino cohombro o de un brócoli fresco.

Haré lo posible por seguir los concejos del médico, pero no será fácil cambiar esos alimentos que nos enganchan con sus olores por unos inodoros.

Sí, inodoros, aunque con tanto verde que me mandaron a comer bien podría hacer mis necesidades en un potrero.