Alejandro Samper

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Fobias musicales

Usé la plataforma digital Spotify para hacerle a mi esposa un listado de canciones que a ella le gustan.

Al cabo de unos días, me dijo que por qué había metido un tema de Julieta Venegas, si ella odia a esa cantante mexicana.

Le expliqué que, en más de una ocasión, la escuché tararear Limón y sal, y pensé que le gustaba. Pero estaba equivocado. Era una de esas detestables composiciones que se había quedado en su cabeza y que se alojó allí por días.

Yo tengo mi propio listado de canciones y artistas que detesto. Julio Iglesias, por ejemplo. Un tipo de ego gigante, posudo,  y que canta como sumergido en miel de purga.

Su canción Soy un truhán, soy un señor es altamente virulenta. La escucho y se me queda dando vueltas en la cabeza y el estómago. Sí, Iglesias es un helicobacter pylori bronceado.

Lo peor de todo es que este cantante español parece ser la banda sonora obligada de los taxistas chilenos, país en el que vivo actualmente. El 90% de las veces está ahí, en las emisoras, con esa voz melosa e infectocontagiosa,  cantando Quijote o Gwendolyne.

Y, si no es el español, hay otro bárbaro del micrófono. Uno del que huyo como si fuera la lepra. Un gonococo que se cree poeta y cuyo nombre no merece ser mencionado  para no conjurarlo.

Me espanta al oído este guatemalteco,  odiado por miles y amado por otros tantos capaces de llenar estadios  con tal de escucharlo cantarle al periodo menstrual.

Dicen que uno no debe alegrarse del mal ajeno, pero cuando supe que canceló varios conciertos porque le habían decomisado los equipos en Argentina, celebré el valor moral de los argentinos y su contribución a la protección de la cultura Latinoamericana.

Y, cuando hay luna llena, me acuerdo del cronista y arjonafóbico ,Alberto Salcedo, quien una vez dijo que en esas noches espectaculares esperaba que ese cantante no estuviera viendo esa misma luna, “para que no se inspire el hijueputa”.