Alejandro Samper

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Retorno del terror

Cantaba Andrés Cepeda, con su grupo Poligamia, “(…) Y las bombas reventaban mientras tanto redactaban una gran constitución”, en la canción Mi generación, en la que recuerda esa época en la que nos mandaban a todos a la casa temprano. Sospechando de todo y desconfiando de las personas.
Eran los años en los que el Cartel de Medellín hacía estallar carros bomba en las principales ciudades del país para doblegar al Gobierno. Fueron 215 bombas entre 1989 y 1993, según datos de la revista Semana. 100 de ellas tan solo entre septiembre y diciembre de 1989.
Muerto Escobar, creímos que la cosa cambiaría, pero el terror simplemente cambió de mano. Lo tomaron la guerrilla y los paramilitares. Y algunos miembros del Ejército. Si bien las explosiones se redujeron en las ciudades, en los pueblos se mantuvieron llegando a extremos como el del burro bomba. Basta ver las cifras del Centro Nacional de Memoria Histórica para tratar de dimensionar el horror que vivimos hasta el 2012 (https://bit.ly/SXSPth). 
El horror sirvió a los políticos para ganar elecciones, ya fuese prometiendo acabar con paras o subversivos, o aliándose con ellos. También les ayudó a ocultar la corrupción.
Los diferentes intentos por alcanzar la paz, desde el desmonte de las autodefensas al acuerdo de paz con las Farc, ilusionó a esta generación de las bombas. Si en el 2002 teníamos 2 mil 713 muertes relacionadas con el conflicto armado, para el 2008 ya eran mil 293 tras la desmovilización de los paras. Y, tras la firma del acuerdo de paz con las Farc (la paz de Santos, dicen los cínicos que critican ese acuerdo imperfecto), el número de muertos por el conflicto armado fue de 210 en el 2016. Sin esa avalancha de muertos, la podredumbre de los políticos se comenzó a ver y a dimensionar.
Era la oportunidad para que una nueva generación, diferente a la que pertenecemos Cepeda y yo, tuviera la oportunidad de vivir en una Colombia con menos zozobra. Una menos violenta. Para ello también se debe depurar e identificar a aquellos que ven en la paz un mal negocio.
Por esas cosas que suelen pasar en Colombia, en 2018, para el primer semestre de un año de elecciones presidenciales, los homicidios aumentaron. Este es un nuevo año electoral y bien les sirve a los políticos un ataque terrorista como el del jueves pasado. Sin importar quién hizo estallar esa camioneta, el discurso de los que aspiran a un cargo público se puede volcar de nuevo al de la seguridad. Al de la mano dura que tanto éxito dio a Álvaro Uribe y que le ayudó montar a Juan Manuel Santos y a Iván Duque a la presidencia.
Es fácil ver lo efectivo que es el terror para un político. Si el miércoles había unos cuyos argumentos para ser elegidos se basaban en descalificar a un candidato por ser pastuso, hoy todos hablan de la lucha contra el terrorismo. Casi todos con demagogia e incendiando las redes sociales.
El retorno de actos como el de la Escuela de Cadetes en Bogotá, es efectivo para ablandar almas y endurecer discursos. También para echar al traste lo alcanzado hasta ahora, así fuese a troche y moche, pero las cifras y los datos indican que íbamos mejorando. Hechos como el del carro bomba beneficia a unos pocos… entre ellos los vendedores de vidrios, como reporteó la periodista Alma Guillermoprieto. Cosas que esperaba la siguiente generación no tuvieran que vivir.