Alejandro Samper

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Siguiendo el libreto

Si bien Gabriel García Márquez es el escritor colombiano más reconocido en todo el mundo, el mayor contador de historias nacional debe ser el recién fallecido libretista Fernando Gaitán. Sus telenovelas como Café, con aroma de mujer y Yo soy Betty, la fea se han emitido en cerca de 180 países, adaptado unas 28 veces y doblado a 25 idiomas. Mientras que Cien años de soledad no alcanza los 35 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, BBC News estima que al menos 120 millones de personas siguieron las desventuras de Beatriz Aurora Pinzón Solano tan solo en América.
Llegué tarde a la Bettymanía. Solo hasta el año pasado vine a ver la telenovela más exitosa de todos los tiempos… y por YouTube. Me enganché por pura nostalgia, por escuchar el acento colombiano en tierras extranjeras. No sé si la han vuelto a ver. A pesar de que la historia envejece bien, muchas de las escenas allí representadas no pasan los estándares de lo adecuado para los tiempos de hoy. Ecomoda es un nido de acoso sexual y laboral. De racismo, clasismo, homofobia, maltrato, incompetencia e ilegalidad. Don Armando es el Harvey Weinstein de la moda local y la recepcionista Aura María bien podría ser líder del movimiento #MeToo.
En Betty los valores éticos y morales están trastocados. Los televidentes hacemos fuerza para que funcionen los maquillajes de reportes financieros que hace la fea. Y que los “villanos” - Marcela Valencia y su hermano Daniel - no descubran las trampas. Ellos, sin embargo, son los únicos que trabajan y verdaderamente se preocupan por el destino de la empresa que fundaron sus padres. Pero vaya si los odiamos.
Viendo la novela, y revisando otros de sus proyectos, solo puedo pensar en que Fernando Gaitán le estaba escribiendo el libreto a la política nacional. El arribismo y los apuros financieros de Patricia Fernández me recordaban al senador Juan Manuel Corzo cuando decía que con su sueldo de presidente del Congreso ($16 millones mensuales en el 2011) no le alcanzaba para echarle gasolina a su camioneta.
La ‘Peliteñida' se ufanaba de haber hecho “seis semestres de Finanzas en la San Marino”. Al menos ella hizo seis semestres, no como el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, que mintió al decir que tenía un doctorado de la Universidad de París. O como el presidente Iván Duque, que asistió a unos cursos en Harvard y en su hoja de vida puso que había hecho una especialización.
Betty firmaba balances financieros alterados por el amor que le tenía a su jefe, como años más tarde lo haría la reina Valerie Domínguez con su novio Juan Manuel Dávila con unos créditos de subsidio de Agro Ingreso Seguro. “Yo estaba ciega por amor, no por dinero”, dijo la exseñorita Colombia, como si se tratara de una escena ideada por Gaitán.
La grosería de Alejandra Maldonado (personaje de Hasta que la plata nos separe) es igual a la de Germán Vargas Lleras. Y sin haber visto mayor cosa de Café, recuerdo que Gaviota escaló en una empresa exportadora de café inventándose una identidad y títulos que no tenía. Bien podría ser parte del gabinete del presidente Duque y compartir puesto con Claudia Ortiz, directora de la Agencia de Desarrollo Rural, quien acreditó ante notaría experiencia que no tiene con tal de lograr el cargo.
Las historias de Fernando Gaitán retrataron con humor varios rasgos de la idiosincrasia nacional, pero también nuestra ambigüedad moral. Que apoyamos el juego sucio, rayando en lo criminal, si es la protagonista de la historia quien lo hace. Que superarse está bien por cualquier medio posible. Y si nos ponemos a ver, casi todos finales felices de sus historias terminan con el aparecido que - por cualquier medio y método legal o ilegal - se adueña de una empresa familiar con años de tradición y termina echando a la calle a los legítimos dueños del negocio. Un libreto de lo que pasa en Colombia por estos días tanto en la política como en los negocios.