Alejandro Samper

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Tráfico, humo, asfalto y momias

La Organización Mundial de la Salud (OMS) calificó, el año pasado, a El Cairo como la ciudad más contaminada del mundo. De acuerdo a sus índices, respirar durante 24 horas en la capital egipcia equivale a fumarse un paquete de 20 cigarrillos. Lo que reduce la esperanza de vida de los cairotas en 1,85 años, según reportó la revista Enviromental Science & Technology.
El gobierno egipcio rechazó el estudio. Lo calificó de exagerado, mal intencionado e impreciso, y culpó a la quema de la cascarilla de arroz de la polución que ataca a la ciudad. Nada que ver con el tráfico y los cerca de 5 millones de vehículos que ruedan en los 40 kilómetros de longitud que tiene esa ciudad. Tampoco en la pobre planeación: allí viven cerca de 20 millones de habitantes, pero los analistas indican que es una urbe que solo debería albergar 4 millones de personas.
Al revisar este tema encontré el texto Movilidad Urbana en el Gran Cairo: Una historia de soluciones parche, escrito por Mohamed El-Khateeb. Allí hay similitudes en las chambonadas políticas egipcias y las colombianas a la hora de manejar el tráfico en las ciudades. Como comprar buses obsoletos a reconocidas empresas de automóviles, o que se roben el dinero. “No puede haber soluciones efectivas si no hay voluntad política para aceptar al transporte público como una solución para la crisis de movilidad urbana”, escribe el autor. Y denuncia que se desvían fondos públicos para favorecer “proyectos de asfalto y viales” y no en apoyar y trabajar por un transporte público digno.
El tema lo traigo a colación porque Manizales se está llenando de obras viales que parece no aportar mayor cosa a la movilidad de la ciudad. El tráfico parece empeorar en vez de mejorar. Hace unas semanas, el presidente Iván Duque llegó para inaugurar el intercambiador vial del barrio La Carola y las calles de la ciudad colapsaron. No había por dónde circular. Mientras tanto, el alcalde Octavio Cardona aplaudía una estructura sin terminar, llena de obstáculos y que lleva meses de retraso en su entrega. La megaobra, en este momento, es un cuello de botella en la Avenida Kevin Ángel.
Igual sucede con los trabajos en San Marcel, en el Batallón, en la Autónoma y, ahora, en la Avenida Bernardo Arango. Los contratistas están dichosos, mientras los ciudadanos padecemos estas calles cada vez más grises, menos arborizadas, llenas de obstáculos y palos naranja instalados para ensanchar o acortar las vías según la necesidad o el gusto del secretario de Tránsito de turno.
No rechazo las obras, bienvenidas sean, pero estas deben acompañarse con planes viales que incluyan un mejor y eficaz transporte público. Tenemos una saturación de motocicletas y de carros. Ya lo indicaba un estudio del 2017 de la Universidad Nacional: “Mientras en esta ciudad (Manizales) el crecimiento demográfico es del 0,4%, el transporte automotor, en particular las motos, aumenta a un ritmo del 8%”.
Todavía estamos lejos de los niveles de El Cairo en contaminación y tráfico, pero no sobra ver esos ejemplos exagerados para buscar alternativas a nuestros problemas. Comenzando por apostarle a las energías limpias y renovables. Dejar a un lado el mito de los motores diesel por más Volvo, Mercedes o tecnología Euro V sean. Son contaminantes, nuestro combustible no alcanza los estándares exigidos y sus filtros no son óptimos para nuestras carreteras. Su sistema de limpieza requiere vías en las que se pueda circular a más de 120 km/h por más de 20 minutos para que se regenere. Ese tipo de autopistas no las tenemos en el país.
Es solo una idea. Pero hay que actuar para dejar de inaugurar obras faraónicas inacabadas (como si fueran la mismísima pirámide de Meidúm) que parecen no resolver mucho el problema del tráfico. Y luchar contra la polución para evitar llegar a las alarmas ambientales recientes de Bogotá y Medellín, que obligan a la gente a salir como momias, con la cara tapada con trapos y tapabocas.