Alejandro Samper

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Al pie de un volcán te escribo

El Servicio Geológico Colombiano advirtió el aumento de actividad sísmica al interior del Cumanday, volcán que comúnmente llamamos “El Ruiz”, desde el pasado 24 marzo, por lo que cambió su alerta a naranja en los municipios vecinos del Parque Nacional Natural de los Nevados - PNNN. Alerta Naranja significa: “Erupción probable en término de días o semanas”. El Comité de Gestión de Riesgo se reunió para tomar decisiones preventivas como tener claros los planes de evacuación, prohibir la entrada al parque, restringir la circulación por vías aledañas al PNNN y su espacio aéreo. Las principales autoridades de Caldas, Tolima y Risaralda están con los organismos de emergencia  listos… y aquí estoy, escribiendo junto a una ventana con vista a la montaña y las nubes oscuras que en este momento ocultan ese peligro inminente.

Crecer y vivir junto a un volcán activo le quita ciertos temores a las personas. En Manizales usábamos tapabocas desde mucho antes de la pandemia; las frecuentes emanaciones de ceniza nos forzaban a cubrirnos la nariz y la boca, y le enseñamos a los más pequeños a no frotarse los ojos esos días porque pueden rayarse la córnea. Cuando una enorme columna de vapor se alza en el cielo, los manizaleños nos maravillamos y tomamos fotos. “Rugió el Ruiz”, decimos. Cuando percibimos olor a azufre no culpamos a los problemas gástricos de alguien, tampoco creemos en apariciones demoníacas, sino que entendemos que es el volcán respirando.

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Aguantamos esas circunstancias y a cambio tenemos un paisaje único. En esas mañanas o tardes despejadas, luego de unas horas de frío, se deja ver el lomo agreste de esa cordillera nevada a 5,321 metros sobre el nivel del mar, y no nos queda más que parar y admirarlo. El drama, sin embargo, no se olvida.

La historia dice que el Cumanday ha hecho erupción en 1595, 1695, 1845 y la más reciente en 1985. Si bien no hay derrame de lava como en el Kilauea de Hawai (EE.UU.) o el Etna en Italia, sus piroclastos y lahares han arrasado con pueblos enteros. Armero (Tolima), en 1985, quedó arrasado. Fueron cerca de 20 mil muertos; 3 mil más con los que pusimos en Chinchiná y Villamaría. Las cicatrices de esa tragedia se han ido borrando y solo los que vivimos ese evento las podemos encontrar en algunos árboles, en algunas piedras, en los vestigios de algunas construcciones.

De eso a hoy, mucho se ha avanzado en temas de prevención. Hay equipos de monitoreo cerca al cráter, sistemas de alarmas por donde suelen bajar las avalanchas, eficientes comunicaciones a través de los celulares y un Observatorio Vulcanológico y Sismológico incansable. Y siempre han sido claros en afirmar que predecir sismos no es posible y que establecer la magnitud de una próxima erupción es difícil. Así funciona la naturaleza, a veces es impredecible y a ello debemos adaptarnos.

Hace unos días me preguntaron qué se necesitaba para que Manizales cambiara sus prácticas políticas, sociales, organizacionales y de planeación urbana. “Una tragedia”, respondí. Manizales mejoró la calidad de sus construcciones, de sus calles y fortaleció sus cuerpos de socorro tras los dos incendios de 1925 y 1926, que consumieron gran parte del Centro de la ciudad. Los sismos de 1938, 1961, 1979, 1983, 1995 y 1999 obligaron a fortalecer la normatividad al momento de levantar edificios. Las lluvias que derriten laderas, inundan calles y acaban con barrios y vidas evidencian fallas en planeación urbanística como sucedió en La Carola, La Sultana y Aranjuez. Quedarnos sin agua por 17 días en 2011 mostró la fragilidad de nuestro sistema de acueducto y luego, lo que sucedió en el barrio Cervantes, la inoperancia y falta de mantenimiento que Aguas de Manizales hacía de sus sistemas.

Ya pasó una década desde la última vez que la naturaleza nos sacudió de nuestra cómoda ciudad. En medio de ese letargo hemos permitido que personajes inoperantes e incapaces, como el actual alcalde Carlos Mario Marín, ocupen cargos para satisfacer su ego y no planear ciudad. A quienes asistieron al Comité de Gestión de Riesgo del viernes, para hablar sobre la actividad del volcán, no les sorprendió su ausencia. Él es así: si no es para alimentar su vanidad no le sirve. Por eso es mejor estar en el Congreso Nacional de Municipios - que él preside como cabeza de Asocapitales - y que se realiza en Cartagena. Mejor playa y viáticos que lidiar con su paupérrima popularidad en una ciudad en alerta naranja.

Al pie de un volcán te escribo es el título del libro que la periodista mexicana Alma Guillermoprieto publicó en 1994. Una serie de crónicas donde narra hechos que cambiaron dinámicas sociales en diferentes países de Latinoamérica: desde la captura de Abimael Guzmán en el Perú, a la guerra del Cartel de Medellín con sus carrobombas. Situaciones, muchas de ellas trágicas, que forzaron a estas naciones a repensarse y buscar un objetivo a veces olvidado. 

Tal vez lo que necesita Manizales para retomar el rumbo sea un recordatorio del Cumanday. Que se sacuda para evidenciar nuestra falta de orden, planeación y cumplimiento de normas. Para deshacernos de esos parásitos que hoy nos administran y que olvidaron que nosotros solo valemos como sociedad si trabajamos unidos, en solidaridad. El volcán puede que esté en alerta naranja, pero la administración pública local hace rato está en alerta roja y el desastre parece inevitable.

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