Alejandro Samper

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Crisis con licencia del superior gobierno

Crisis es la palabra de moda en Colombia. Crisis en el gobierno del presidente Gustavo Petro; crisis en el periodismo nacional. Crisis porque los medios de comunicación se politizaron y ya no informan sino que opinan. Crisis porque no se sabe a quién creerle. Crisis porque Petro afirma que se están divulgando narrativas clasistas, racistas; que desinforman. Crisis porque los medios se sienten censurados por el gobierno. Todo escandaloso y alimentado por las fieras de las redes sociales.

Basta, sin embargo, echarle una mirada a la historia para darse cuenta de que esa crisis de credibilidad, independencia, política y censura siempre ha existido. Los primeros documentos oficiales de la humanidad - sobre papiros o tablas de arcilla - siempre estuvieron al servicio de un poder superior, fuese religioso o político. Así construimos nuestra historia y cualquier otro registro que se salga de ese canon es considerado apócrifo y su veracidad es cuestionada. No estamos dispuestos a cambiar la narrativa o a entendernos de otras maneras. Hacerlo, nos llevaría a una crisis existencial.

Pero vamos al periodismo nacional y la política…

“Lo más grave, y este es el sino con que nace nuestro periodismo, es la restricción de la libertad de imprenta”.


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El padre del periodismo colombiano fue Manuel del Socorro Rodríguez, un cubano nacido en 1758 y a quien se le debe el nacimiento del primer periódico de estas tierras: El Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá (1791). Antonio Cacua Prada, en el libro Historia del Periodismo Colombiano, cuenta que los primeros suscriptores a esta publicación fueron el virrey y el arzobispo. ¡Y cómo no habrían de serlo! La iglesia era la dueña de la imprenta, la Santa Inquisición se encargaba de  la censura (castigada con pena de muerte a quien se saltara sus códigos) y toda publicación debía llevar el sello de aprobación del entonces virrey José Manuel de Ezpeleta: La licencia del superior gobierno. “Lo más grave, y este es el sino con que nace nuestro periodismo, es la restricción de la libertad de imprenta”, escribe Cacua Prada.

A Manuel del Socorro Rodríguez le fue bien mientras fue amigo del virrey, pero cuando surgieron los movimientos independentistas del 20 de julio de 1810, los patrocinadores de esta revolución lo buscaron para que hiciera una crónica de los hechos. Don Manuel hizo la tarea, pero lo acusaron de redactar un texto “frío, sin entusiasmo ni fervor”; por ello los patriotas lo acusaron de “monárquico”.

Para colmo de males, los realistas y los españoles, encabezados por ‘el Pacificador ‘Pablo Morillo, lo señalaron de “insurgente” por andar divulgando las ideas independentistas.  Así es como Manuel del Socorro Rodríguez termina en el ostracismo, viviendo de la caridad y muere “descalzos los pies y puesta su cabeza sobre un trozo de piedra que le sirve de almohada”.

No estamos dispuestos a cambiar la narrativa o a entendernos de otras maneras. Hacerlo, nos llevaría a una crisis existencial.

Desde entonces, el periodismo criollo ha sido así: cuanto más cerca al poder, mejor le va. Hoy no tenemos virrey pero sí empresarios como Luis Carlos Sarmiento Angulo, dueño del periódico más importante del país: El Tiempo. O Jaime Gilinski, banquero que no solo se hizo al Grupo Nutresa, sino a la revista Semana y el periódico El País de Cali. O la Organización Ardila Lülle, propietarios de RCN radio y televisión. O los españoles del Grupo Prisa, que se hicieron a Caracol Radio, y Caracol Televisión que pertenece al Grupo Santo Domingo. Ellos son los que dan la “licencia del superior gobierno” y, obvio, hay intereses de por medio.

Tampoco hay Santa Inquisición, pero está la Fiscalía General de la Nación y el Torquemada de turno, sea Barbosa, sea Martínez. Y el Gobierno hará lo que siempre ha hecho para divulgar su posición: ubicar en puestos de dirección de medios a personas afines a la línea política, usar los canales públicos para hacerse promoción y, para frenar a los virreyes, manejar los impuestos y permisos de importación del papel, la tinta y demás insumos para la imprenta.

¿Qué ya la gente no lee periódicos? Pues la guerra se traslada a las redes sociales, donde la primera en caer es la verdad porque en el fuego cruzado quedan los periodistas (mal pagos y sometidos a presiones comerciales y de audiencias). Y así nos va, de crisis en crisis. Esta crisis durará hasta que surja una nueva crisis. No es justificación, es un reclamo. Un reproche a que no hemos hecho un culo por querer cambiar de políticos y sistema, ni los modos para garantizar un periodismo independiente.


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