Alejandro Samper

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El indígena exótico y sus conocimientos ancestrales

La expresión “conocimientos ancestrales” ha estado en boca de muchas personas desde hace una semana, cuando encontraron a los cuatro niños indígenas que sobrevivieron 40 días en la selva del Guaviare. Uno de los líderes huitotos de Araracuara (Caquetá), la comunidad a la que pertenecen, salió en los noticieros diciendo que los “conocimientos ancestrales” los habían salvado. Las presentadoras de noticias y reporteros del hecho replicaron estas palabras en cada informe: que los “conocimientos ancestrales” ayudaron al rescate de los menores de edad, que gracias a esta “sabiduría ancestral” (porque también se puede usar “sabiduría”) no se habían muerto de hambre…

Luego, en las redes sociales, no faltaron las personas que hicieron lo mismo y le agregaron misticismo. Que no solo los “conocimientos ancestrales” los salvaron sino que Wilson, el perro pastor belga que ayudó a encontrarlos, se quedó en la selva como ofrenda o intercambio a los duendes y espíritus de la manigua.

Así, con una ligereza pasmosa, se le va adjudicando la expresión a cuanta competencia provenga de una minoría o comunidad históricamente oprimida. Y se agrava cuando acusamos a otros de “apropiarse” de estos saberes, como si el conocimiento tuviese que limitarse solo a un grupo, como le sucedió esta semana a la cocinera Leonor Espinosa, tras un reclamo que le hizo a la vicepresidenta Francia Márquez.

Pero lo que es “conocimiento ancestral” en unos, para otros es solo “conocimiento”.

Si Carulla no lo comercializa y lo comen indígenas debe ser algo “ancestral”. 

Cuentan las crónicas y noticias que han seguido el caso de los niños que, tras el accidente de la avioneta en la que viajaban, uno de los primeros objetos que buscaron para ayudarse fue un teléfono celular. Nada de señales de humo o sacrificar un animal a cambio de que la Madre Selva los protegiera; lo importante para ellos era encontrar señal y que la batería estuviera cargada.

Narran que se alimentaron de la fariña que había en una de las maletas y, cuando los recursos escasearon en el lugar donde estaban, migraron a otro sitio y comieron frutos selváticos que sabían identificar. La fariña es una harina de yuca brava que hace parte de la dieta de las comunidades indígenas del Amazonas, por lo que para ellos es normal comerla. Sin embargo, para los medios de comunicación que no ven más allá de lo que sucede en Transmilenio y la Plaza de Bolívar de Bogotá, este producto es exótico. Y si Carulla no lo comercializa y lo comen indígenas debe ser algo “ancestral”. De cierto modo lo es, como ancestral es el pan que muchos comen al desayuno, pues su origen data de hace 8 mil años.

Sucede igual con los frutos. En Colombia hay por lo menos 400 frutos o semillas nativas del país, según el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander Von Humboldt. Pero, como dice mi amiga y periodista Isabel Vallejo, las que usualmente consumimos son el banano, el limón o el mango, originarios de India (https://tinyurl.com/2mhtnz24). Los niños comieron lo que sabían que podían consumir, no por sagrados conocimientos ancestrales indígenas, sino porque es lo que conocen y su entorno da, pues manzanas, peras y duraznos no hay por allá.

Continuamos con los arquetipos de que los indígenas son salvajes emplumados, o indios a la romana, o el indio vecino, o el bárbaro sanguinario.

Lo anterior no es por demeritar la sorprendente hazaña de estos niños; muy pocos logran sobrevivir 40 días en una selva. A lo que voy es que esta situación nos muestra que en nuestro ámbito informativo seguimos desconociendo los contextos en los que viven muchos colombianos. Continuamos con los arquetipos de que los indígenas son salvajes emplumados, o indios a la romana, o el indio vecino, o el bárbaro sanguinario, como expone Jesús Bustamante, del Instituto de Historia del CSIC, en su investigación La invención del Indio americano y su imagen: cuatro arquetipos entre la percepción y la acción política (https://tinyurl.com/my44kpmd).

El abuelo de los niños, Narciso Mucutuy, agradeció la labor de los soldados y los indígenas que buscaron a sus nietos, pero también pidió al gobierno nacional que se fijara en Araracuara. Que allí necesitan mejorar el aeropuerto, los puestos de salud, las carreteras y la seguridad, motivo por el cual su hija y sus nietos tuvieron que huir en una avioneta que terminó cayendo en medio de la selva. Poca divulgación se hizo de este reclamo. Seguramente porque es lo mismo que piden millones de colombianos, incluso los que vivimos en ciudades. Además, es salirse de la narrativa de lo exótico y lo ancestral que tan buen rating da.


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