Alejandro Samper

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Hacer cosas y cosas por hacer

Basta terminar de pagar los recibos del mes para que, casi que de inmediato, aparezcan unos nuevos. Uno, dos, tres…seis… Agua, electricidad, celular… Netflix… Entonces uno hace las transferencias a través de una aplicación o, en el peor de los casos, debe ir al banco o a una de estas multiservicios. Luego revisa la agenda del día: reunión aquí, encuentro allá, videollamada… Libreta de apuntes, Google Calendar, WhatsApp, Zoom… Sala de juntas, la oficina de fulano, un café con mengano… El grado de importancia de la conversación se mide de acuerdo al número de sílabas y complejidad de las palabras que allí se usen: multisectorial, transversalidad, potencializar, visibilizar, territorialidades, metodológicamente, desestructuración, polidinamismo hipertextualizado hetereoculturalmente… Al final del día decimos: “hoy hice muchas cosas”.

Cumplimos con una serie de responsabilidades y encuentros; participamos de discusiones y fuimos “productivos”. La filósofa Hannah Arendt estaría muy orgullosa. Ahora, ¿en realidad “hicimos” cosas? Porque una cosa es “hacer cosas” y otra es “cosas por hacer”. La primera está vinculada a la materialización del acto creativo, a través de una habilidad y técnica. La segunda al cumplimiento de tareas u obligaciones, a veces mecánicas, que hacen parte de un sistema que las valida, a pesar de no obtener un resultado tangible. Una es el artesano; la otra, el tramitador.

 “Fracasamos como hacedores de cosas por nuestra incapacidad de administrar las obsesiones, que por carecer de habilidades”.

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Durante una campaña política, el candidato promete que “hará cosas” y arma un plan de gobierno en torno a estas acciones. Sin embargo, una vez electo se la pasa en las “cosas por hacer”: en reuniones, debates, análisis de presupuestos y demás actividades que hacen imposible que se ejecuten esos compromisos. Personas importantes en discusiones importantes de temas importantes que, muchas veces, no llegan a nada. Así es como Bogotá lleva ocho décadas eligiendo alcaldes que se la pasan haciendo estudios para un metro, y Caldas lleva 45 años votando por políticos que financian y gestionan un aeropuerto inexistente en el municipio de Palestina.

“Las evaluaciones que miden la capacidad de alguien para administrar muchos problemas, bajo el argumento de que son “profundos”, sirven a un régimen económico que recompensa los estudios rápidos y el conocimiento superficial. Muchas veces esto se ve en consultores que entran y salen de organizaciones”, indica el sociólogo Richard Sennett en su libro The Craftsman (El artesano). Allí también dice que las personas motivadas por recompensas materiales o competitividad (como unas elecciones) tienden a no producir trabajos de calidad. “Fracasamos como artesanos - hacedores de cosas - por nuestra incapacidad de administrar las obsesiones, que por carecer de habilidades”.

 Durante una campaña política, el candidato promete que “hará cosas” y arma un plan de gobierno entorno a estas acciones. Sin embargo, una vez electo se la pasa en las “cosas por hacer”.

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En las últimas dos semanas asistí a varias reuniones de temas “importantes” - investigaciones, elaboración de documentos, análisis de datos - en las que se reparten responsabilidades a personas que, a su vez, delegan esas tareas en otras que, también, descargarán estas obligaciones en otras. Y así nos vamos. Tejiendo una red en la que confiamos dar con alguien que haga las cosas.

Diligencié formatos, llené documentos, solicité certificados y tuve que ir al banco. Atendí llamadas, videollamadas y encuentros en oficinas para hablar de temas coyunturales de grupos interdisciplinarios que buscan la apropiación sociocultural de no sé qué cosa. Todo muy importante y urgente. “Revisa esto, envía aquello; una firma aquí, la autorización allá. El trámite está en proceso, eso se demora 15 días hábiles. Todo marcha bien. Todo funciona. Ahí están los datos”. Mientras tanto, alguien ahí afuera, está perfeccionando su cerámica; está cocinando una nueva receta; está levantando una pared, “ladrillo con ladrillo en un diseño mágico”.

A veces nos quedamos en las cosas por hacer, pero no hacemos algo. Tiempo y energía invertido en nada tangible. Palabras e ideas que, ante un molcajete de hace 6 mil años y que todavía cumple su función, parecen inútiles.


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