Alejandro Samper

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La ONU, un árbitro arbitrario

Casi 3 mil muertos y 10 mil heridos después, la Organización de las Naciones Unidas – ONU se refirió al recrudecimiento del conflicto entre Palestina e Israel con un mensaje en la red social X (antes Twitter): “En los conflictos, los civiles pagan el precio más alto. La guerra no es la solución. Necesitamos paz. Necesitamos paz ahora”. De este ente extraterritorial se esperaría un comunicado más contundente, con posiciones fuertes ante los ataques de Hamás y la respuesta israelí. Sobre todo porque es un problema que la misma ONU inició.

Las Naciones Unidas se crearon en 1945 tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Sus funciones son mantener la paz, la seguridad y fomentar las relaciones de amistad y armonía entre naciones, por lo que busca la cooperación internacional para soluciones problemas globales. Y entre sus primeras acciones está la Resolución 181 de 1947 que dice: “la Asamblea decidió dividir Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío, con un régimen internacional especial para Jerusalén”. Una escisión que, al igual que la antecesora de la ONU, la Sociedad de las Naciones cuando apeló a la Declaración de Balfour de 1917 para ceder el mandato británico sobre Palestina a los movimientos sionistas, no tuvo en cuenta a los árabes que habitaban ese territorio.

En un mundo bipolar, binario y maniqueísta, en el que tendemos a simplificar las cosas para tratar de entenderlas, nos dejamos meter la narrativa de que allí hay unos que son los buenos (los israelitas) y los malos (los palestinos). 

Desde entonces - y hasta hoy -  solo han habido enfrentamientos, invasiones, violación de los Derechos Humanos, destrucción y muerte en esa zona del mundo. La Franja de Gaza, territorio bajo el mando de Hamás, lleva años bloqueada por Egipto e Israel, y el 80% de quienes allí viven (unas 2 millones de personas) dependen de la ayuda internacional para subsistir, afirma la misma ONU.

En un mundo bipolar, binario y maniqueísta, en el que tendemos a simplificar las cosas para tratar de entenderlas, nos dejamos meter la narrativa de que allí hay unos que son los buenos (los israelitas) y los malos (los palestinos). Unos son buenos porque fueron las principales víctimas de las Segunda Guerra Mundial, porque merecen la reparación y porque la Biblia dice: “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia” (Génesis 28:13). Además, cuentan con los Estados Unidos como su principal aliado.

Entre las primeras acciones de la ONU está la Resolución 181 de 1947 que dividió a Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío, sin tener en cuenta la opinión de los árabes.

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Los malos, entonces, son los musulmanes. Los descendientes de Mahoma, los invasores de la Tierra Santa, los del Corán, los del sultán Saladino y el guerrillero Yasir Arafat. Los de la religión que profesan quienes cometieron los ataques del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos.

A los primeros se les permite que, desde 1948, cuando declararon la creación del Estado de Israel, invadan territorios palestinos. Que bombardeen y limiten los derechos de quienes habitan Gaza y Cisjordania. A los otros se les reprime por defenderse, por atacar, por exigir que al menos se cumpla lo pactado en la Resolución 181. Siempre ha sido una guerra desigual.

Es terrible lo que allí sucede desde hace 75 años. Terrible los hechos recientes con sus muertos y heridos de parte y parte. Y terrible es que la ONU, el árbitro arbitrario del mundo y gestor de este conflicto, se limite a enviar comunicados bobalicones, obvios y superficiales. Ahí demuestran su ineficiencia como organismo para lo que fue creado. Que  no son más que un grupo de burócratas instalados en Nueva York, cuyos intereses están en fomentar la amistad y aumentar los bolsillos de sus pares, mientras la paz mundial se desgrana por Ucrania y Rusia, Palestina e Israel y, próximamente, China y Taiwán.


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