Alejandro Samper

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Los caprichos de los superricos

La noticia de los cinco hombres que fallecieron en las profundidades del océano Atlántico al intentar llegar a los restos del Titanic, acaparó los titulares de periódicos y noticieros en todo el mundo. Opacó, incluso, la muerte de unos 300 migrantes paquistaníes, entre ellos un centenar de menores de edad, que se ahogaron cuando intentaban llegar a las costas de Grecia. “Una de las peores tragedias ocurridas en el mar Mediterráneo”, reportaron la comisaria europea de Asuntos de Interior, Ylva Johansson, y la Agencia de las Naciones Unidas para las Migraciones - OIM.

Pero la muerte de personas que buscan un mejor futuro y cuyos cuerpos terminan como bultos en las costas europeas ya no es noticia. Las tragedias humanitarias, alimentadas por la inequidad social y económica, son pan de cada día. Mueren a diario migrantes en el Mediterráneo, en el Darién, en el Mar Rojo, en México, Siria y Yemen. Son pobres, son muchos, son una estadística. Ahora, que se mueran cinco personas en un caprichoso viaje de millonarios, ¡eso sí vale la pena reportar!

Tres de los cinco de los tripulantes de Titán, el sumergible de carácter turístico que hizo implosión y cuyos restos estructurales están a 3.800 metros de profundidad, pagaron 250 mil dólares por el paseo. Hacen parte del 1% de la población mundial, de los billonarios, según reporta la Oxfam (https://shorturl.at/oAITU).  Para que un trabajador colombiano de salario promedio pueda pagarse una actividad así tendría que trabajar unos 72 años (https://shorturl.at/gGQRV). A un paquistaní, como los que se ahogaron en el Mediterráneo, le tomaría 155 años. Al futbolista Lionel Messi, dos días. A Elon Musk, uno de los hombres más ricos del planeta, le toma 45 segundos.

Los superricos son una élite que cada vez se queda con menos cosas qué hacer porque parece que ya lo han hecho todo.


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La muerte de esos turistas submarinos nos llama la atención porque es asomarnos a ese mundo de excentricidades de los superricos. Unos personajes a los que no les basta con pertenecer a una élite sino que deben demostrarse entre ellos que son más que sus pares. Musk y Jeff Bezos, fundador de Amazon, están en una competencia por quien desarrolla el turismo espacial primero; Bezos va ganando y los viajeros de su nave New Shepard han pagado hasta 28 millones de dólares por estar 11 minutos en el espacio. Musk, por su parte, envió uno de sus carros Tesla Roadster a vagar por la Vía Láctea por el simple hecho de ganar notoriedad.   

El príncipe de Bahrein Nasser bin Hamad Al Khalifa alcanzó a la cima del Everest en 2021, gracias a una cohorte de 16 integrantes de la Guardia Real, decenas de sherpas, múltiples balas de oxígeno que quedaron regadas por las laderas de los Himalayas y un helicóptero. Pasó por encima de protocolos de seguridad y de aventajados montañistas solo para hacerse la foto con la bandera de su nación y subirla a Instagram. Una “hazaña” que palidece ante el romanticismo de la cantante colombiana Shakira, quien confesó que una vez la pidió al piloto de su avión privado que se desviara de la ruta Marrakech - Croacia para aterrizar brevemente en Barcelona y darle un beso a su entonces pareja, el futbolista Gerard Piqué. Una demostración de amor que - entre gasto de combustible, alquiler de la aeronave, posibles contratiempos con rutas aéreas, tiempo de personal de vuelo y aeropuerto – se estima que costó entre 34 y 72 millones de pesos colombianos.

La periodista portuguesa Mariana van Zeller, en los reportajes que ha hecho para la National Geographic, ha denunciado cómo el tráfico de especies animales en peligro de extinción – de aves a gorilas – se mantiene gracias a los caprichos de millonarios (la mayoría petroleros árabes) que quieren tener zoológicos en sus casas. También de celebridades que solo los quieren para la foto y la exclusividad que les da posar junto a un tigre bebé, para luego olvidarlos en algún albergue.

Ya en lo local, y sin llegar a ser billonarios, están los que van en helicóptero a Caño Cristales, Ciudad Perdida o Chiribiquete para hacerse la foto linda para las redes sociales y decir que gozan del ecoturismo. Falsos exploradores con cero conciencia ambiental, que dan la impresión de que gastan, no para contar que estuvieron allí, sino para despertar la envidia o admiración de sus seguidores.

A los superricos no les basta con pertenecer a una élite sino que deben demostrarse entre ellos que son más que sus pares.

Eso fue lo que les sucedió a esos exploradores del sumergible Titán, de la empresa Ocean Gate: quisieron hacer lo mismo que otros millonarios excéntricos habían hecho antes, que era descender hasta el Titanic, tomarse la foto con la mítica embarcación para luego difundirla y sentirse miembros de una élite que cada vez se queda con menos cosas qué hacer porque parece que ya lo han hecho todo... excepto trabajar en erradicar la pobreza, el hambre o el cuidado del planeta.

El psicoanalista Carl Jung dijo que “todos nacemos originales y morimos copias”. Dentro del Titán iban el multimillonario Shahzada Dawood y su hijo Suleman Dawood, ambos de origen paquistaní. Morían en el mar el mismo día en que se ahogaron centenares de sus paisanos en el Mediterráneo.


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