Siempre en la búsqueda de temas para escribir, el periodista colombiano Alejandro Samper lleva más de 20 años compartiendo su opinión en prensa, radio y redes sociales. Este portal es una colección de sus trabajos e ideas, los cuales pueden ir de lo extremadamente local a asuntos globales.

Hasta piedras habrá que comer

Hasta piedras habrá que comer

Poco o nada sabía de Kirguistán, país de Asia Central que era paso obligado de la antigua Ruta de la Seda, hasta esta semana cuando mi sobrino me contó de una gente que comía piedras. Entonces me mostró un video en YouTube donde un influenciador mexicano visitaba esta nación que perteneció a la Unión Soviética y, en la plaza de mercado de Biskek (la capital kirguisa), se acercaba a unos bultos llenos de lo que parece material de construcción y se llevaba uno de estos minerales a la boca, mientras contaba que comer rocas era común en esa comunidad y en otras de países vecinos como Kazakistán y Tayikistán.

 Le expliqué a mi sobrino que los humanos, al igual que muchas otras especies animales, y obligados por la necesidad de complementar nuestra dieta, consumimos minerales que vienen de piedras, rocas o tierra. Pero que gracias a los avances en la nutrición global ya no era necesario ir por ahí como la huérfana Rebeca Montiel, en Cien años de soledad, que tenía el vicio de comer tierra; que con tomarse su vaso de leche diario le bastaba para tener el calcio suficiente para sus huesos.

Durante el 2022, en 28 de cada 100 hogares colombianos se vieron obligados a “disminuir la cantidad y calidad de los alimentos consumidos”. 

La litofagia, sin embargo, es asociada con poblaciones empobrecidas y hambrientas que encuentran en el consumo de piedras o arcillas una manera de sentir saciedad. En países del África Occidental consumen una tiza anaranjada (la llaman ndom, eko, ebumba, nzu, mabele o la craire) que les calma el hambre y, a las embarazadas, las náuseas. En Kenia venden en los mercados unas piedras blandas llamadas odowa y en Haití, la nación más pobre de América, preparan galettes de boue (galletas de barro). Curiosamente, Kirguistán es la república más pobre de la ex Unión Soviética.

La chogosta es una mezcla de tierra y hierbas que se cocina y que comen los indígenas de Jáltipan (México) para calmar el hambre. Por su parte, la expedición de Alexander Von Humboldt cuenta que los indios otomacos ingerían “una asombrosa cantidad de tierra” cuando el río Orinoco se crecía y no podían pescar ni cazar tortugas.

Las propiedades alimenticias de las piedras, el barro o la tierra han sido desvirtuadas por gastroenterólogos y nutricionistas, que piden evitar su consumo para evitar obstrucciones intestinales, parásitos o envenenamiento. Esto, sin embargo, no impide que artistas como Alfonso Borragán se traguen meteoritos más viejos que la Tierra, rocas sacadas de lugares sagrados y tóxicas pepitas de plata vaporizadas con yodo, argumentando que quiere emular rituales ancestrales. O excentricidades como las de la actriz estadounidense Shailene Woodley, quien confesó tragar una cucharada de arcilla al día… porque un taxista africano le dijo que lo hiciera.

La litofagia es asociada con poblaciones empobrecidas y hambrientas que encuentran en el consumo de piedras o arcillas una manera de sentir saciedad.

Esta semana se dio a conocer el informe de seguridad alimentaria en Colombia, realizado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas - Dane y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación – FAO, en el que se reporta que en el año pasado 28 de cada 100 hogares se vieron obligados a “disminuir la cantidad y calidad de los alimentos consumidos”. También que en el 5% de los hogares colombianos al menos una persona se quedó sin comer durante todo un día.

La Guajira es el departamento que peor la tiene: 60 de cada 100 hogares presenta inseguridad alimentaria moderada y cerca de 20 pasan hambre. Caldas, por el contrario, es el mejor ranqueado: solo en el 14.6% de las familias “la calidad y variedad de los alimentos se encuentran comprometidos”. Tan mezquino este “solo”. Me recuerda al cronista Martín Caparrós que, en su libro El Hambre, escribe: “Nunca el mundo estuvo tan medido, comedido. Durante siglos, alguien atento podía notar que los chicos indios eran muy flacos y comían muy poco; ahora puede leer en los informes más detallados que el 47,2 sufre de bajo peso - y suponer que entendió lo que pasaba”.

Cifras que dan tristeza, sobre todo porque “Colombia tiene todo el potencial para producir los alimentos que necesita para dar seguridad alimentaria a la población. Hay comida hasta para botar”, dijo la ministra de Agricultura, Jhenifer Mojica.

Además, el planeta produce 60% más de lo que la humanidad necesita para alimentarse bien y de manera saludable, afirmó el científico español José Esquinas, quien por 30 años trabajó con la FAO. El problema del hambre, entonces, radica en cuestiones de inequidad y de distribución que parecen no interesar ni al mercado ni a los gobiernos. Ejemplo de ello es que en este mundo mueren más personas por enfermedades relacionadas con la obesidad (38%) que por hambre (18%), según la Organización Mundial de la Salud - OMS.

Y aun así hay quienes tienen que comer tierra y piedras porque la comida es inaccesible.


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