Siempre en la búsqueda de temas para escribir, el periodista colombiano Alejandro Samper lleva más de 20 años compartiendo su opinión en prensa, radio y redes sociales. Este portal es una colección de sus trabajos e ideas, los cuales pueden ir de lo extremadamente local a asuntos globales.

40

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Esta semana cumplí 40 años y seré chicanero: para celebrarlos hubo fiesta, hubo grupo en vivo, hubo excesos. ¡Y por qué no hacerlo! Según el más reciente estudio de la Carga Mundial de la Enfermedad (GBD) – la colaboración científica más grande del mundo sobre la salud de la población – ya rondo la mitad de mi existencia.

Es más, tal vez ni siquiera llegue a los 75,4 años que indican es la expectativa de vida en Colombia. Ninguno de mis abuelos alcanzó esa edad, lo que significa que tengo la genética y la mala fortuna en mi contra.

Triné en mi cuenta de Twitter (@Demeuna) que llegaba a los 40 años y que qué había para hacer, pero contrario a lo que me imaginé – invitaciones a salir de rumba, a comer o al menos unas felicitaciones – me enviaron mensajes de que me preparara para el examen de la próstata, que me acostumbre a los guayabos de dos días y a los dolores corporales.

Llegué a esta etapa, en la que la mente no va a la par de mi chasis modelo 78, mucho mejor y más joven que algunos de mis contemporáneos. Pero el espejo no miente. Si recorro la sección de cómics en una librería, los empleados me preguntan si son para un hijo o un sobrino.

El voltaje también baja. Si hace veinte años un encuentro sexual con mi pareja podía extenderse hasta la madrugada en un motel con canales porno, hoy tardamos más buscando qué ver en Netflix que el polvo en si.

Lo que antes eran episodios de neurosis juvenil, hoy son achaques de viejo. Y lo que otrora podían ser una migraña o un viento, hoy pueden ser síntomas de un aneurisma o un infarto. No más mi esposa me preguntó hace un par de horas si debería ir a la clínica por lo que parece ser el inicio de un resfriado, pero que a esta edad se siente como un enfisema pulmonar.

Trato de llevar esta edad con decoro. No uso pantalones kakis ni camisetas polo en tonos curuba, mucho menos mocasines. Esas son prendas que envejecen a cualquiera. Vista así a un bebé y me dará la razón. Pero tampoco caigo la trampa de vestirme como un millenial o cortarme y teñirme el pelo como JBalvin. En Navidad me regalaron unos jeans “de moda”, como los que utilizan Maluma y otros reguetoneros, y no me cuadraban. Eran angostos en las piernas y anchos en la cadera… se los di a mi mamá y le quedaron divinos.

Cuando aparece la tentación de actualizar mi guardarropa a algo más contemporáneo, pienso en el comentarista deportivo César Augusto Londoño, quien parece el Chavo del 8. O sea, la triste estampa de un viejo vestido de niño.

Envejecer no es fácil. Sobre todo cuando se va al gimnasio para tratar de luchar contra el paso del tiempo y buscar el físico que no se tuvo a los 25 años, pero los entrenadores te hacen una rutina pensando en mejorar tu calidad de vida. Ejercicios tipo Darío Gómez, para sanar corazones rotos.

Tengo 40, leo cómics, uso camisetas con estampados de grupos de rock y confundo a Yandel con una marca de desodorante. Procuro mantenerme joven con esa rara guerra de guerrillas que uno le pone al paso del tiempo: hacer ejercicio, comer sanamente y evitar a toda costa los pantalones de dril.

Tengo 40, y al igual que el septuagenario poeta Darío Jaramillo Agudelo, con frecuencia me pregunto qué es lo que voy a ser cuando sea grande.

Este articulo fue publicado originalmente en LaPatria.com

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