Siempre en la búsqueda de temas para escribir, el periodista colombiano Alejandro Samper lleva más de 20 años compartiendo su opinión en prensa, radio y redes sociales. Este portal es una colección de sus trabajos e ideas, los cuales pueden ir de lo extremadamente local a asuntos globales.

Un reloj

Un reloj

No. El título de este texto está mal porque no es “un reloj”, es MI reloj. Es un Mickey & Co. producido por la empresa Fossil y que mis padres me regalaron el día que me gradué del colegio, a mediados de 1995. 

En ese entonces estaban de moda los grandotes y lujosos TAG Heuer, que muchos compañeros tenían chivados. Graduarse era la oportunidad de hacerse a uno original. Otros pidieron carro, otros viajes al exterior. Yo pedí un reloj de Mickey Mouse. “¿En serio, hijo? ¿No quiere otra cosa?”, me preguntaron días antes de terminar el bachillerato. La petición la saqué de la chistera, sin pensarlo mucho y para sorpresa de mi papá y mi mamá, que montaron un operativo de búsqueda para encontrarlo.

Estos relojes no eran fáciles de conseguir en Manizales. Eran tiempos en los que Amazon no existía, la internet era rústica y las relojerías de la ciudad ofrecían relojes chinos simplones. O digitales japoneses. O los TAG chimbos de cadena de latón. Nada tan específico como lo que pedí: Un reloj que tenga a Mickey Mouse y cuyos brazos se muevan para dar la hora.

Un capricho que no sé de dónde salió. ¿Lo vi en alguna revista? ¿En la TV? ¿En alguna película? No lo recuerdo.

Fue mi abuela quién lo llevó de Bogotá a Manizales. Y fue un tío quien lo consiguió tras buscarlo en varios locales. Y una vez me lo puse en la muñeca izquierda fue mío. Pasó a ser parte de mi identidad. Era elegante por su correa de cuero marrón y acabados dorados, pero informal por el clásico personaje de Disney.

Durante años me sirvió para entablar conversaciones en bares, salas de espera, aviones… Me lo elogió el magistrado Carlos Gaviria Díaz una vez que lo entrevisté y el salsero Henry Fiol lo vio y dijo “‘ta bacano”. Con Mickey no perdía tiempo. Por el contrario, me ayudaba a ganarlo rompiendo el hielo con mujeres que luego fueron novias, amigas, amantes y con quien ahora es mi esposa.

Ese reloj me acompañó por medio mundo y está presente en esas fotos especiales: navidades, fiestas, grados, el matrimonio, el nacimiento de mi hija… Siempre asomándose por la manga para avisar a qué hora ocurrió ese momento.

Pero después de 23 años, Mickey empezó a fallar. Sus brazos ya no se movían como antes y no servía cambiarle la batería. Su mecanismo consumía la pila en cuestión de días, en un afán agónico por cumplir con su función. 

El relojero lo revisó y el diagnóstico era que había que cambiarle todo por dentro y la reparación costaba lo mismo que un reloj nuevo. Pero no quiero otro reloj. Quiero MI reloj.

Mickey lleva varios meses guardado en el cajón de las medias. A veces, por capricho, por no ver mi muñeca izquierda desnuda, me lo pongo. Un acto tonto. Una vanidad que trato de llevar repitiéndome esa frase que le adjudican a muchos autores: “Hasta un reloj descompuesto da dos veces por día la hora justa”.

(Este texto también lo puede encontrar en el blog historiasdelascosas.wordpress.com)

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