Siempre en la búsqueda de temas para escribir, el periodista colombiano Alejandro Samper lleva más de 20 años compartiendo su opinión en prensa, radio y redes sociales. Este portal es una colección de sus trabajos e ideas, los cuales pueden ir de lo extremadamente local a asuntos globales.

El peso pesado del arte nacional

El peso pesado del arte nacional

El nombre de Fernando Botero Angulo se inmortalizó en el otoño de 1992, cuando 31 esculturas suyas - enormes bronces de más de dos metros de altura - se instalaron a lo largo de los Campos Elíseos de París (Francia), y más de un centenar de sus pinturas se exhibieron en la Galería Didier y en las salas del Grand Palais. Fue su globalización en un mundo que todavía no estaba hiperconectado y donde las redes sociales no existían. Nos enteramos de esto por los periódicos y los noticieros: era Colombia invadiendo ‘la Ciudad Luz’ con figuras voluminosas.

Botero era reconocido en el país y distinguido en algunos círculos de arte internacional. Era el pintor de las “gordas”, el papá de la presentadora de televisión (Lina Botero) y del político corrupto (Fernando Botero), el exesposo de la socialite bogotana Gloria Zea, el contemporáneo de Obregón, Grau, Manzur y Rayo. Todavía no era “el artista plástico vivo más reconocido del planeta”, como llegó a serlo tras los Campos Elíseos.

Después vendrían Florencia, Madrid, Dubái, Buenos Aires y otras urbes que, tras ver el éxito de la exhibición abierta en París (unas 5 millones de personas la vieron en la capital francesa, dijo Botero), quisieron sumarse al fenómeno artístico. Millonarias inversiones en costos de instalación y representación; tener estas esculturas en las calles y parques era un lujo. En Colombia nos preguntábamos “¿para cuándo nuestro turno?”.

 Su estilo - el “boterismo” - no gusta a muchas personas que ven en sus obras simples caricaturas o ilustraciones.

Algunas esculturas suyas ya estaban por ahí, como el Torso de Mujer, en el Parque Berrío de Medellín, y en la Plaza San Antonio de la capital paisa está El Pájaro, que en 1995 sirvió como triste instrumento de la guerra del narcotráfico contra el Estado. En su base pusieron un explosivo que destruyó la pieza y sus trozos de bronce sirvieron como metralla para matar a 23 personas y herir a unas 200.

Otra persona mandaba el país a la mierda. Botero, por el contrario, dejó El Pájaro destrozado como “monumento a la imbecilidad” y al lado mandó a instalar una réplica como símbolo de esperanza. Y no solo eso, en el 2000 donó su colección privada de arte - estimada en unos 200 millones de dólares - para lo que hoy conocemos como el Museo Botero, en Bogotá. Y en 2004 donó 23 de sus esculturas a su Medellín natal, montadas en la que actualmente se conoce como la Plaza Botero, y una gran cantidad de sus pinturas y dibujos al Museo de Antioquia.

Esa filantropía es lo que hace de Fernando Botero el artista plástico más importante del siglo XX en Colombia. Al igual que el escritor Gabriel García Márquez, que vivió gran parte de su vida en México, de Botero no importaba que viviera en Italia, Mónaco o Estados Unidos… siempre lo sentimos cercano, muy colombiano. Para incomodidad de algunos, era el pintor de mostrar.

 Botero dejó El Pájaro destrozado como “monumento a la imbecilidad” y al lado mandó a instalar una réplica como símbolo de esperanza.

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Y sí, su estilo - el “boterismo” - no gusta a muchas personas que ven en sus obras simples caricaturas o ilustraciones. El Torso, por ejemplo, es la dismorfia corporal plasmada: una figura masculina obesa con pectorales, abdominales y músculos bien definidos. Sus mujeres son todas tetichiquitas, algunas con bozo y vello en las axilas; detalles que en su estilo no buscan reforzar algún rastro de carácter (a lo Frida Kahlo) sino que resultan ridículos y burlones. Su simbolismo es casi nulo: sus gatos son eso, gatos. El Pájaro es no es más que un ave sin mayores distinciones (¿será una tángara? ¿será un cucarachero?) hasta que los demás empezamos a ver en este una paloma… ¡la paloma de la paz! Y Botero siguió el juego al punto que se volvió objeto de discordia durante el gobierno de Iván Duque y que regresó a la Casa de Nariño una vez Gustavo Petro asumió la presidencia.

El pintor y crítico de arte español, Antonio García Villarán, dijo de Botero que es “aburrido”, de “dibujos torpes”, personajes “inexpresivos” y “empalagosos”; “es una mierda” (https://rb.gy/tr5nh). Puede que tenga razón. Su técnica dista mucho de, por ejemplo, la de Luis Caballero (otro contemporáneo suyo); no tiene la fuerza que tienen las pinturas de Alejandro Obregón y, en cuanto crítica social y simbolismo, palidece ante los trabajos de Débora Arango. Pero si no es por él (o su agente) y su toma de París, hubiese sido muy difícil para otros artistas nacionales que le siguieron - de Nadín Ospina a Doris Salcedo, pasando por Carlos Jacanamijoy y Óscar Murillo - el tener la exposición internacional que hoy tienen. Por eso y su altruismo, no por sus “gordas”, es que Botero es el peso pesado del arte colombiano.


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