Siempre en la búsqueda de temas para escribir, el periodista colombiano Alejandro Samper lleva más de 20 años compartiendo su opinión en prensa, radio y redes sociales. Este portal es una colección de sus trabajos e ideas, los cuales pueden ir de lo extremadamente local a asuntos globales.

Petro no ha entendido el chiste

Petro no ha entendido el chiste

Ni luna de miel, ni año de aprendizaje. Al presidente de Colombia Gustavo Petro le bastaron menos de nueve meses en el cargo para que su popularidad se desplomara, sus electores se desencantaran y tener “el país descuadernado”, para usar las palabras de Felipe López Caballero, uno de los empresarios de medios y periodistas con mayor habilidad para tomarle el pulso al país (https://bit.ly/3W5UCNC). Es que hasta los de la Primera Línea le tiran pullas (https://bit.ly/3nP15jj).

Lo que comenzó como la oportunidad del gobierno del cambio, de la esperanza, del “vivir sabroso”, hoy es incertidumbre. Tanto la revista Semana como Alternativa llevaron el mismo titular en la portada en sus más recientes ediciones: ¿Para dónde va Petro? Algo que ni sus ministros pueden responder. José Antonio Ocampo, saliente encargado de la Hacienda pública, calificó su paso por la cartera como “los meses más duros de mi vida profesional”, especialmente por no ser estrictamente del partido del presidente y ser la voz de la sensatez cuando en otros ministerios – como Salud o Minas y Energía – anunciaban millonarias reformas o utópicas maneras de generar ingresos para el país.

Por ello, ante la pregunta de si hay improvisación en el Gobierno, que le hizo la periodista Inés Santaeulalia para El País de España, Ocampo dijo: “no comment” (https://bit.ly/3BqK1D6).

Lo que al parecer no ha entendido el presidente Petro es que llegó al cargo, no porque los 11 millones 260 mil personas que votamos por él hayamos creído en su potencial como gobernante sino porque la otra alternativa, el ingeniero Rodolfo Hernández, era un desatino.

El desencanto y la incertidumbre, sin embargo, también van de Petro hacia los medios de comunicación y quienes lo criticamos. Es como si no pudiera creer que osemos a cuestionar sus decisiones; él, que se siente progresista pero sus modos son tradicionales y de populismo rancio; él, que prometió combatir la corrupción y el nepotismo, pero su gabinete se ha conformado por vecinos de casa, de políticos cuestionados (como Mauricio Lizcano) y que tiene a su esposa, Verónica Alcocer, viajando por el mundo bajo el título (por decreto) de “embajadora de misión especial”. Él no concibe que lo tomen como objeto de escrutinio, mucho menos de burla.

Lo que al parecer no ha entendido el presidente es que llegó al cargo, no porque los 11 millones 260 mil personas que votamos por él hayamos creído en su potencial como gobernante sino porque la otra alternativa, el ingeniero Rodolfo Hernández, era un desatino. Igual hubo 10 millones 542 mil personas que votaron por este personaje que se creyó el Messi de la política, pero le quedó grande ser senador.

Petro salió elegido por una mayoría que no confía en él, por lo que la veeduría social, política y mediática iba a ser más exigente y menos condescendiente. Pero parece que Petro no entiende esto. Y lo que más rabia le da es que, ante cada salida en falso, surge la oportunidad de convertirse en un meme, como su antecesor Iván Duque.

Gustavo Petro cree que hay enemigos donde hay crítica y honesta preocupación por lo que está pasando en Colombia.

El caso es que no se ayuda y cree que hay enemigos donde hay crítica y honesta preocupación por lo que está pasando en Colombia. Cuando se le pide claridad, adopta una actitud paranoide que exhibe en discursos y trinos. Y ante las peticiones de mesura, se le sale el ego Luis XIV: Interpreta la Constitución a su antojo, la edita y saca de contexto con tal de defenderse. No importa si es la Fiscalía o la Fundación para la libertad de prensa – Flip, cualquiera que se atreva a cuestionar su “l ‘Etat c’est moi” será objetivo de sus bodeguitas, igual de incendiarias a las de la derecha.

Como senador, Gustavo Petro fue brillante. Sus debates estaban argumentados, investigados y bien delimitados. Empero, como mandatario de los colombianos ha sido errático, poco coherente y desconoce sus límites. En vez de ponerse a decirnos a los periodistas cómo hacer nuestro trabajo y asumir poderes que no le competen, Petro debe enfocarse en lo suyo: En ser presidente de Colombia y cumplir con su plan de gobierno. Pero no ha entendido el chiste.

A él, que tanto le gusta (mal) citar pensadores, bien le valdría repasar la teoría de la incongruencia y la risa de Arthur Schopenhauer. Esta dice que nos reímos cuando advertimos un desfase entre aquello que esperamos que las cosas sean y aquellas que lo son realmente. La risa celebra una frustración: la frustración de una expectativa. Petro hasta ahora ha sido una frustración y, como para no desfallecer, no queda más que reírse. Y eso, a él, le da rabia.


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