Siempre en la búsqueda de temas para escribir, el periodista colombiano Alejandro Samper lleva más de 20 años compartiendo su opinión en prensa, radio y redes sociales. Este portal es una colección de sus trabajos e ideas, los cuales pueden ir de lo extremadamente local a asuntos globales.

Historias de niños perdidos

Historias de niños perdidos

Hay cuatro niños que llevan, hasta la fecha, 18 días perdidos en la selva del Caquetá, al sur de Colombia. La mayor tiene 13 años y le siguen otra niña de 9, un niño de 4 y una bebé de 11 meses de nacida. Hacen parte de la comunidad indígena muinane, que habitan en la región de la Amazonía colombiana y peruana, y no habría más de 7 mil de ellos, según el Dane.

La avioneta Cessna 206 HK 2803 en la que viajaban junto a tres adultos - que murieron - se estrelló el pasado 1 de mayo entre los árboles y la vegetación espesa que hay en el municipio caqueteño de Solano. Los niños echaron a andar por entre la manigua, protegiéndose de la lluvia con hojas grandes, comiendo maracuyá y quién sabe qué más, y armando cambuches donde los agarra en cansancio. Al menos así lo han reportado el Ejército Nacional, la Fuerza Aérea e integrantes del cabildo indígena del Mitú (Vaupés) que tienen a cerca de 200 personas siguiéndoles el rastro a los pequeños muinane.

El país está en vilo y espera un desenlace optimista, pero la desinformación ante el hecho es un ejemplo de lo poco que conocemos estos territorios y de lo precaria que es la presencia del Estado en ellos. Hasta el presidente Gustavo Petro, la persona que mejor informada debería estar por tener comunicación directa con las fuentes que llevan el caso, se vio despistado; preso de la inmediatez de estarlo contando todo a través de las redes sociales trinó hace un par de días en Twitter que a los niños los habían encontrado. “Si lo dice el presidente debe ser cierto”, pensaron algunos y pronto varios medios de comunicación salieron a reportar sobre el “rescate” inexistente. Cero evidencias, puro humo.

De la cabeza a los pies estamos mal informados; no tenemos claridad en cómo está conformado el país, sus historias y sus horrores. 


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No es la primera vez que un mandatario, impulsado por la emoción y con el afán de  llamar la atención, sale a desinformar. ¿Cuántos presidentes colombianos no han salido a decir que, con la muerte o captura de alias Fulano, se llegaba al fin de una guerrilla, de un grupo paramilitar, de una mafia? Y ahí seguimos. Lo preocupante es que de la cabeza a los pies estamos mal informados; no tenemos claridad en cómo está conformado el país, sus historias y sus horrores.

Cuando en las noticias escucho que a los niños muinane perdidos en la selva los buscan unos soldados con el apoyo de perros, no dejo de pensar en la Casa Arana y la historia de Ofelia Yamakuri. Ella fue una indígena uitoto que, gracias a sus saberes y defensa de la vida tradicional, trabajó mucho tiempo con la Universidad Nacional de Colombia. Antes de morir contó un relato de su vida para la Universidad de los Andes sobre cómo a su etnia y otros grupos indígenas de la Amazonía (entre ellos los muinane) padecieron los horrores de la explotación del caucho en el Putumayo a comienzos del siglo XX. Ella fue testigo del etnicidio que allí se vivió bajo el régimen del empresario peruano Julio César Arana y sus hermanos.

Odio a los blancos; cuando veo con armas en sus cuerpos, tengo recuerdo imborrable en mi corazón (…) un señor blanco me silbó con rabia y de repente salió un perro grandote de color negro, se lanzó a morderme y me mordió mi cara, mis brazos, y también mordió a mi hermanito que lo llevaba cargado en mi espalda. El perro hirió a mi hermanito clavando sus colmillos en sus bracitos y sus piecitos y la cabeza; mi hermanito y yo nos bañamos con nuestra propia sangre; del susto y del dolor me quedé privada. Mi hermanito se enfermó y murió. Para los siringueros bárbaros blancos, la mordida del perro, al que llamaban Muchacho, era muy gracioso; se rieron y burlaron de mí. Llamaron a mi madre para darle latigazos. Mi hermanito murió en la noche” (https://bit.ly/3Wn3Kxa).

Al Estado hay que construirlo desde las fronteras hacia adentro, no al contrario como se ha hecho.


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Los niños perdidos en el Caquetá iban en ese avión junto a su madre rumbo a San José del Guaviare, huyendo de los grupos al margen de la ley que los tenían amenazados en Araracuara (Amazonas). Menores de edad que huyen de hombres armados, para ahora ser buscados por otros hombres armados. De terror. Y los buscan con helicópteros, aviones, reflectores y un megáfono que reproduce una grabación con la voz de la abuela, alterando la normalidad y tiempos de la selva. Ruidos que tapan sonidos y alertan a otras criaturas que pueden alterar las huellas que los rastreadores buscan.

Una adecuada presencia estatal evitaría la presencia de grupos al margen de la ley. Evitaría la migración forzada de grupos indígenas. Haría presencia en esas zonas que, vistas desde Bogotá, son otro mundo. Parafraseando al profesor y sociólogo Mauricio García Villegas, quien esta semana presentó en Manizales su libro El viejo malestar del Nuevo Mundo, al Estado hay que construirlo desde las fronteras hacia adentro, no al contrario como se ha hecho. Es la única manera de dimensionar el país y sus necesidades.

Ojalá encuentren con vida a los niños perdidos en la selva del Caquetá. Ojalá no los usen como estrategia de propaganda política (del bando que sea). Ojalá el entorno les sea amable así se vea hostil para gente como yo, urbana, y que desconozco la manigua y sus misterios. Yo, que me embolato en mi pequeño apartamento y que sin conexión a internet me angustio. Yo, que soy un niño perdido en la desinformación de las redes sociales y que trato de sobrevivir en junglas de asfalto. Yo, que trato de que mi voz sea escuchada en medio del ruido y la saturación de información que hay en la internet. Tal vez el perdido soy yo, no ellos.


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