Siempre en la búsqueda de temas para escribir, el periodista colombiano Alejandro Samper lleva más de 20 años compartiendo su opinión en prensa, radio y redes sociales. Este portal es una colección de sus trabajos e ideas, los cuales pueden ir de lo extremadamente local a asuntos globales.

Only fans Alcocer

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La primera dama de Colombia, Verónica Alcocer García, bailó mapalé a las afueras de la embajada colombiana en Madrid (España). Verónica Alcocer García y los vestidos que lució junto a los reyes de España. Verónica Alcocer García y sus zapatos de $4 millones. Verónica Alcocer García y el sombrero con el que posó junto al príncipe Guillermo en los eventos previos a la coronación de Carlos III. Verónica Alcocer García se va a cambiar sus prótesis mamarias. Verónica Alcocer García fue al funeral del exprimer ministro japonés Shinzo Abe. Verónica Alcocer García se reunió con el papa Francisco. Verónica Alcocer se subió a un árbol. Verónica Alcocer García bailó fandango.

Verónica Alcocer esto, Verónica Alcocer aquello. Luego de los cuatro años de la gris y casi imperceptible María Juliana Ruiz, cualquier cosa que hace o dice la actual primera dama es magnificado. Para los gobiernistas sus bailes y vestidos de flores son muestras de autenticidad y frescura, mientras que para la oposición son actitudes bochornosas y de mal gusto; una vergüenza para la dignidad que tiene. Unos justifican sus viajes, otros alegan que es derroche de dineros públicos. La señora Alcocer, sin embargo, solo es un producto de nuestros tiempos. Es mediática, interesada en los likes, las tendencias y los comentarios de las redes sociales; muy diferente al rol tradicional que se espera de una primera dama de una nación.

Ser primera dama en Colombia no es un cargo ni un título y, constitucionalmente, no tiene funciones oficiales dentro del gobierno. Simplemente es el trato que se le da a la esposa del presidente de la República. Pero a veces se toman ligerezas y le asignan (o asume) responsabilidades que corresponden al Canciller, a un embajador, a un ministro o a un cardenal. O un coreógrafo, en el caso de Verónica Alcocer.

Hay límites que la primera dama no debe cruzar, especialmente los constitucionales.

De la primera dama no nos deberían preocupar sus vestidos, sus bailes o viajes, sino los poderes que está adquiriendo. De su círculo de amigos han nombrado a al menos doce personas dentro del gobierno de su esposo, Gustavo Petro; todo un “roscograma” como lo denunció el periódico El Colombiano (https://bit.ly/3HKsZU2). Su presencia en la Comisión Séptima de la Cámara para presionar e influenciar las decisiones que se tomen sobre la reforma a la salud dejan un mal sabor, incluso en congresistas del Pacto Histórico, como Catherine Juvinao. Su constante presencia en asuntos políticos, sin ser servidora pública, entorpece los planes del poder ejecutivo y le resta legitimidad.

Y los rumores de que este cuatrienio es solo su plataforma para una posible campaña presidencial suya, solo agitan esos fantasmas de lo peor de los gobiernos de izquierda. Un tufo hediondo a Rosario Murillo, esposa del presidente nicaragüense Daniel Ortega, quien la nombró vicepresidenta.

Está bien que Verónica Alcocer no quiera ser María Michelsen de López, una Lorencita Villegas de Santos o una María Clemencia Rodríguez. Está bien que quiera tener su agenda y brillar sin la necesidad de ser constantemente asociada a su marido. Pero hay límites que no se deben cruzar, especialmente los constitucionales. Sobre todo ahora que su esposo está interpretando la Constitución y las leyes a su conveniencia y ego.

Los fans de Verónica deben controlarse. No pueden ser ciegos a los posibles casos de corrupción e interferencia en política de la primera dama por el solo hecho de que este es el supuesto gobierno del cambio o porque es auténtica (si es que la autenticidad se basa en parecer un constante video de Tik Tok). Por más bailes y vestidos llamativos que use, lo que está haciendo bordea en lo inconstitucional. Ya la cuestión del buen gusto se lo dejo a los expertos y trols de Twitter.


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